Este 12
de junio, se celebra el aniversario de la independencia de nuestro querido país.
Así he elegido una obra profundamente nacionalista para
publicar en mi blog. La
novela «La Oveja de Nathan » retrata el anhelo de la independencia de los
filipinos.
La obra ha sido considerada por algún crítico como la cumbre de la novela filipina en español. El escritor Antonio Abad fue distinguido con el premio Zobel en 1929, y llamado el «Juan Valera filipino.»
He buscado este libro hace algún tiempo y no lo he podido encontrar en ningún sitio. Sólo he conseguido un fragmento de la novela. Con la excepción de los escritos de Rizal, es raro encontrar libros en castellano de autores filipinos en las librerías locales, ni siquiera traducciones al inglés. Es una lástima que muchas obras hayan quedado olvidadas. El político Claro M. Recto dijo una vez: «La cultura española y literatura en español forman parte integrante de nuestra alma filipina y no podemos destruir ni prescindir de aquella sin destruir o desgarrar al mismo tiempo la nuestra.»
Aquí está el enlace de mi nueva entrada sobre el libro: Segunda Parte
La obra ha sido considerada por algún crítico como la cumbre de la novela filipina en español. El escritor Antonio Abad fue distinguido con el premio Zobel en 1929, y llamado el «Juan Valera filipino.»
He buscado este libro hace algún tiempo y no lo he podido encontrar en ningún sitio. Sólo he conseguido un fragmento de la novela. Con la excepción de los escritos de Rizal, es raro encontrar libros en castellano de autores filipinos en las librerías locales, ni siquiera traducciones al inglés. Es una lástima que muchas obras hayan quedado olvidadas. El político Claro M. Recto dijo una vez: «La cultura española y literatura en español forman parte integrante de nuestra alma filipina y no podemos destruir ni prescindir de aquella sin destruir o desgarrar al mismo tiempo la nuestra.»
Aquí está el enlace de mi nueva entrada sobre el libro: Segunda Parte
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Don Benito Claudio sonrió ante estas muestras de erudición . Inglaterra siquiera
doraba la píldora de sus tenebrosas ambiciones, mientras que Alemania no sabía
encubrir con el disfraz de la nobleza y del humanitarismo sus objetivos
guerreros. ¿Qué duda cabe de que
las conquistas españolas han sido las más humanitarias, dentro las mudables
normas de humanitarismo que cada edad se forjó para su propio uso? Pero el
español tenía el grandísimo defecto de querer imponer su cultura a la fuerza,
sin disfrazarla siquiera. La conquista española no eran avances de pulpo que
succiona los jugos vitales de los pueblos a donde sus tentáculos llegaban. Al
contrario, mientras Inglaterra y Alemania se nutren de sus colonias con una
explotación despiadada, no dejando a los naturales ni siquiera la migaja de sus
naturales recursos, España, al conquistar, mandaba toda su energía a los
pueblos conquistados a través de los ignotos mares, como si quisiera
transfundir lo mejor de su sangre en las venas de los organismos recién adquiridos.
Por eso España quedó como desangrada y anémica, porque sus mejores hijos, los
más aptos para la lucha, atravesaban el océano y creaban nuevos pueblos allí
donde ponían la planta. ¿Qué duda cabe de que la conquista española tuvo
también sus defectos? ¿Qué duda cabe de que a la sombra de su bandera y su
civilización se cometieron grandes abusos, enormes crímenes? Pero
corresponde a las generaciones
venideras juzgarla con más rectitud en el futuro, y en el balance de los
valores, España ciertamente no saldrá perdiendo. Yo estoy calificado como un
anti-español ; pero es que mi anti-españolismo no se basa en lo que España hizo, que fue todo lo bueno que pudo
hacer, sino sobre lo que los españoles, pudiendo, dejaron de hacer. España pegó fuerte mientras pudo, y pegó
porque tenía un látigo en la mano, pero mientras pegó, civilizó. Ahora, los
modernos conquistadores parece que no pegan, pero tampoco civilizan. Chupan la
sangre del nativo dejándole sin vida después de cierto tiempo. Y si civilizan al indígena es
con la mira de que, en lo futuro, sea un consumidor perpetuo de sus productos,
creando en él necesidades ficticias y artificiales, convenciéndole de que sus propias cosas son indignas
de un hombre civilizado. De ese modo, si no llega a perder su libertad
política, pierde irremisiblemente su libertad económica.
Las
naciones pequeñas, explotadas o despreciadas sistemáticamente durante la paz,
han adquirido durante esta guerra importancia singular: se les consulta, se
atisba con ansia sus ideas y pensamientos, hasta se las halaga y adula,
procurando conquistar sus simpatías con la mira de añadir un combustible más a
la inmensa hoguera de odios y violencias. ¡Oh sarcasmos de los sarcasmos! A los
filipinos se les negaba incluso la capacidad de regirse por sí mismos, alegando
que no podrían establecer un gobierno estable, y ya ellos, alucinados con la
palabreja de fabricación aliada, se metían a combatir por la causa de una
civilización que Estados Unidos se empeñaba en negarles. Al pueblo americano se le ha mantenido en la más completa ignorancia acerca de
la verdadera situación de las Islas Filipinas, y cuando no ha sido posible ya
ocultar la verdad, se ha intentado desfigurarla empleando para tal empresa los
brochas infames de la mentira y de la calumnia, pintándonos un pueblo de
salvajes cuya única vestimenta es el taparrabos; que somos incapaces de
gobernarnos o entendernos, destruyéndonos mutuamente unos a otros, sin ideales ni
homogeneidad de sentimientos y aspiraciones, sin lazos de unión ni comunidad de intereses, refractarios
además a toda ideas de civilización. Y el pueblo americano, que ve por los ojos
de sus caudillos, se ha creído todas esas patrañas. Para él resulta un crimen de lesa humanidad dejarnos
abandonados a nuestra suerte. ¡Como si su patrón de gobierno fuese el mejor y
más perfecto! ¡Como si cada pueblo no estuviese dotado de capacidad innata para
regir sus propios destinos!
Antonio M. Abad
1922
Antonio M. Abad
1922
El primer baño de los Filipinos en el agua de la civilización. |