Friday, June 8, 2012

La Oveja de Nathán (1922)



Este 12 de junio, se celebra el aniversario de la independencia de nuestro querido país. Así  he elegido una obra profundamente nacionalista para publicar en mi blog. La novela «La Oveja de Nathan » retrata el anhelo de la independencia de los filipinos.

La obra ha sido considerada por algún crítico  como la cumbre de la novela filipina en español. El escritor  Antonio Abad fue distinguido con el premio Zobel en 1929, y llamado el «Juan Valera filipino.»

He buscado este libro hace algún tiempo y no lo he podido encontrar en ningún sitio. Sólo he conseguido un fragmento de la novela. Con la excepción de los escritos de Rizal, es raro encontrar libros en castellano de autores filipinos  en las librerías locales, ni siquiera traducciones al inglés. Es una lástima que muchas obras hayan quedado olvidadas. El político Claro M. Recto dijo una vez: «La cultura española  y literatura en español forman parte  integrante de nuestra alma filipina y no podemos destruir ni prescindir de aquella sin destruir o desgarrar al mismo tiempo la nuestra.»

Aquí está el enlace de mi nueva entrada sobre el libro: Segunda Parte



______________________________________________________________

     Don Benito Claudio sonrió ante estas muestras de erudición . Inglaterra siquiera doraba la píldora de sus tenebrosas ambiciones, mientras que Alemania no sabía encubrir con el disfraz de la nobleza y del humanitarismo sus objetivos guerreros.  ¿Qué duda cabe de que las conquistas españolas han sido las más humanitarias, dentro las mudables normas de humanitarismo que cada edad se forjó para su propio uso? Pero el español tenía el grandísimo defecto de querer imponer su cultura a la fuerza, sin disfrazarla siquiera. La conquista española no eran avances de pulpo que succiona los jugos vitales de los pueblos a donde sus tentáculos llegaban. Al contrario, mientras Inglaterra y Alemania se nutren de sus colonias con una explotación despiadada, no dejando a los naturales ni siquiera la migaja de sus naturales recursos, España, al conquistar, mandaba toda su energía a los pueblos conquistados a través de los ignotos mares, como si quisiera transfundir lo mejor de su sangre en las venas de los organismos recién adquiridos. Por eso España quedó como desangrada y anémica, porque sus mejores hijos, los más aptos para la lucha, atravesaban el océano y creaban nuevos pueblos allí donde ponían la planta. ¿Qué duda cabe de que la conquista española tuvo también sus defectos? ¿Qué duda cabe de que a la sombra de su bandera y su civilización se cometieron grandes abusos, enormes crímenes? Pero corresponde  a las generaciones venideras juzgarla con más rectitud en el futuro, y en el balance de los valores, España ciertamente no saldrá perdiendo. Yo estoy calificado como un anti-español ; pero es que mi anti-españolismo no se basa en lo que España  hizo, que fue todo lo bueno que pudo hacer, sino sobre lo que los españoles, pudiendo, dejaron de hacer. España  pegó fuerte mientras pudo, y pegó porque tenía un látigo en la mano, pero mientras pegó, civilizó. Ahora, los modernos conquistadores parece que no pegan, pero tampoco civilizan. Chupan la sangre del nativo dejándole sin vida después de cierto  tiempo. Y si civilizan al indígena es con la mira de que, en lo futuro, sea un consumidor perpetuo de sus productos, creando en él necesidades ficticias y artificiales, convenciéndole  de que sus propias cosas son indignas de un hombre civilizado. De ese modo, si no llega a perder su libertad política, pierde irremisiblemente su libertad económica.

     Las naciones pequeñas, explotadas o despreciadas sistemáticamente durante la paz, han adquirido durante esta guerra importancia singular: se les consulta, se atisba con ansia sus ideas y pensamientos, hasta se las halaga y adula, procurando conquistar sus simpatías con la mira de añadir un combustible más a la inmensa hoguera de odios y violencias. ¡Oh sarcasmos de los sarcasmos! A los filipinos se les negaba incluso la capacidad de regirse por sí mismos, alegando que no podrían establecer un gobierno estable, y ya ellos, alucinados con la palabreja de fabricación aliada, se metían a combatir por la causa de una civilización que Estados Unidos se empeñaba en negarles.  Al pueblo americano se le ha mantenido  en la más completa ignorancia acerca de la verdadera situación de las Islas Filipinas, y cuando no ha sido posible ya ocultar la verdad, se ha intentado desfigurarla empleando para tal empresa los brochas infames de la mentira y de la calumnia, pintándonos un pueblo de salvajes cuya única vestimenta es el taparrabos; que somos incapaces de gobernarnos o entendernos, destruyéndonos mutuamente unos a otros, sin ideales ni homogeneidad de sentimientos y aspiraciones, sin lazos de unión  ni comunidad de intereses, refractarios además a toda ideas de civilización. Y el pueblo americano, que ve por los ojos de sus caudillos, se ha creído todas esas patrañas.  Para él resulta un crimen de lesa humanidad dejarnos abandonados a nuestra suerte. ¡Como si su patrón de gobierno fuese el mejor y más perfecto! ¡Como si cada pueblo no estuviese dotado de capacidad innata para regir sus propios destinos!

Antonio M. Abad
1922


El primer baño de los Filipinos en el agua de la civilización.