Al
finales del año pasado, el presidente firmó la ley para proveer fondos
gubernamentales para anticonceptivos y educación sexual en las escuelas, a
pesar de la fuerte oposición de la Iglesia Católica.
Más de
400 años de Catolicismo
en Filipinas.
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Dependiendo
del punto de vista del lector, esto fue un hito en los derechos humanos, principalmente la protección de los
derechos de la mujer, o el comienzo del fin de la moralidad en nuestro país.
Pero no
hay que olvidar que han sido necesarios más de 15 años de debate para conseguir esta Ley de
Salud Reproductiva. Durante ese periodo, ambas partes en el conflicto hicieron
declaraciones controvertidas.
Pro-ley:
«El crecimiento económico no favorecerá a los pobres hasta que haya una
política de control de la natalidad en el país.»
Pro-vida:
«La mentalidad anticonceptiva es la madre de una mentalidad abortista. La ley
fue empacada para parecer un regalo al servicio de salud de las madres. No lo
es. Conducirá a mayores crímenes contra las mujeres.»
La
controversia no es algo nuevo para la Iglesia Católica. Muchos artículos han sido escritos y publicados
sobre los escándalos de la iglesia. Este cuento fue escrito por Angeles L. de
Ayala en 1924. Desafortunadamente, nada se sabe acerca de su vida.
La
fuerza del obispado es tal que Filipinas es el único país
del mundo en el que
el divorcio no es legal.
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El Padre Alberto era
un real mozo, a pesar de su sotana, y mas que un penitente había mentalmente pecado al contemplar a su
confesor cuando ocupaba el tribunal de la penitencia, preguntándose por que un
hombre tan guapo habría sido cura, pudiendo haber vuelto loca a cualquiera
muchacha casadera. Era arrogante, con ojos negros de mirada expresiva, en los
que se notaba un algo picaresco. Cuando ocupaba su puesto en el confesonario,
las muchachas le rodeaba a porfía, deseosas de recibir la absolución de
aquellos labios hechos para derramar mieles en lugar de represiones entre sus
penitentes.
En cierta ocasión fue
a confesarse una joven de dieciochos años, alta, rubia, de continente poético,
de boca sonrosada de mirar suave e inocente, y de cándido conjunto, que el
Padre Alberto examinó al soslayo, y que la joven pareció no advertirlo.
Desde entonces, todos los
lunes, a la hora de abrir el tribuna de la penitencia, cualquier observador
hubiera visto arrodillada en él una joven que con muestras de grande unción
esperaba le llegara el turno, y cuando esto ocurría, el cura, que había estado
pálido y nervioso; adquiría un fuerte color de rosa, y daba principio la
confesión , que debía ser prolija a juzgar por el tiempo en ella invertido y
por la agitación producida en el uno y en la otra.
Más, como todo tiene
fin en el mundo, las confesadas del padre Alberto, no contestas con el papel de
comparsas en aquella función, comenzaron a murmurar de tales confesiones, ya
por envidia, ya por malevolencia, sujetando al más escrupuloso examen al
confesor, antes y después del acto a que se consagraba.
Pero oigamos lo que
hablan dos de las confesadas, ni jóvenes ni hermosas, pero sobradas de intención
y picardía.
— Hoy,
señora Flaviana, deben habérsele pegado las sábanas al Padre Alberto, porque
son las seis y media de la mañana y todavía no se ha presentado por aquí.
— El
Padre Alberto es muy joven, y a veces debe acostarse con la cabeza demasiado
caliente de tantas confesiones, y tal vez…
— Y
sobre todo si las penitentas son rubitas y lindas, Señor, perdonadme, que ya
estoy pecando sin querer.
— La
carne es flaca y nuestra resistencia tan débil. Pero ahí está el teniente cura.
Sin duda que nos traerá noticias del Padre Alberto.
—Jesús,
María y José ¿Será verdad?
—¿El
qué? ¿El qué?
—Que el
Padre Alberto está muy mal herido. Ha volcado un automóvil en que iba, y el
buen Padre se ha dislocado un pie y se ha roto el brazo derecho. También se
asegura que una joven… Pero no debe ser verdad.
—¿Qué
le ha pasada a esa joven?
— Que
también está muy mal herida.
—
Alguna hija de confesión.
— Una
rubia muy bonita.
— ¡Ah!
Angeles
L. De Ayala
The
Independent Manila