Mientras
estaba siendo escoltado para su ejecución en Bagumbayan, José Rizal volvió su
cabeza, y mirando a las torres de
la iglesia de Ateneo, preguntó: ¿Es aquello el Ateneo?
—
Sí, le dijeron los padres
jesuitas.
— Pues
siete años pasé yo allí, respondió él. Todo lo que me han enseñado los
jesuitas ha sido bueno y santo. 1
Iglesia de San Ignacio y Ateneo Municipal en Intramuros. |
El
héroe nacional estudió en el Ateneo de Manila, el cual fue fundado por los
jesuitas españoles en 1859, cuando se hicieron cargo de la Escuela Municipal de
Manila en Intramuros. Aparte de Rizal, la escuela había producido otros
escritores filipinos en español como Wilfredo Ma. Guerrero, Emetrio Barcelon,
Sr. y Claro M. Recto. De algún modo se metió un día en mi cabeza la idea de que
hay muchos libros en español allá.
— ¿Esto
es todo?, le dije sorprendido a la vendedora
— Es lo
que veo, contestó ella con voz
inocente y se dio cuenta que yo estaba
decepcionado.
Encontré sólo un libro en español que estaba disponible para la venta:“El Campeón” por Antonio Abad.
Encontré sólo un libro en español que estaba disponible para la venta:“El Campeón” por Antonio Abad.
Mi foto del Ateneo Press, ubicado en la Avenida Katipunan, Ciudad Quezón. |
La obra
a pesar de haber recibido el Premio de Literatura de la Mancomunidad Filipina
en 1940, había permanecido inédita hasta hace unos seis meses. Por último, el
libro fue publicado por la prensa universitaria del Ateneo, y es el tercer
título de “La Biblioteca Clásicos Hispanofilipinos”, la cual es un proyecto del
Instituto Cervantes Manila.
La obra
constituye un reflejo de la sociedad filipina, y es sobre la vida de un gallo
de pelea campeón llamado Banogón. Curiosamente, hay tres manuscritos de la
misma novela tal como fue modificada en 1939, 1940, y 1962, pero su origen se
remonta a 1925 con la publicación del anterior cuento corto de Antionio Abad El Dolor Del Viejo Campeón.
Si
desea adquirir una copia del libro, puede pulsar aquí para acceder al enlace del
Ateneo Press. El precio del libro es de 500 pesos.
1. Vida Y Escritos del Dr. José Rizal. W. E.
Retana. 1907
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De pronto, cuando ya le
creía suficientemente enardecido, Laktón voló sobre su enemigo. Había llegado
el momento escogido por él para asestarle el golpe definitivo, mortal, que le
tendería sin vida en el suelo. Pero Banogón permaneció clavado en el suelo
mientras su adversario azotaba inútilmente el viento. Banogón había conocido el
fuerte de Laktón, y no se vendió. Y antes de que lograse ponerse en guardia,
cayó sobre él apenas tocó la tierra con sus patas. Estalló en las graderías un
grito formidable, escapado de mil gargantas. Las primeras gotas de sangre
habían enrojecido la arena. Inggoy, sin darse cuenta, había roto con la mano,
hiriéndose, una caña de la empalizada. La fiera cuchilla de Banogón había
penetrado en la carne de Laktón. ¿Dónde? Nadie podía decirlo.
Los dos gladiadores
habían vuelto a estar frente a frente. Los ojos de Banogón brillaban como dos brasas.
Él también había visto la sangre caer como gotas de lacre rojo. Su tarea se
reducía ahora a esperar otro ataque de su rival para asestarle otro golpe
igual. Laktón empezó a sentir un dolor agudo. “Estoy herido”, se dijo. Y su
corazón, bravo y corajinoso, sintió la necesidad de devolverle golpe por golpe.
Si Banogón se negaba a seguirle en el aire, su muerte estaba decretada. Desde
arriba llovería sobre sus espaldas una andanada de cuchilladas. ¡ A volar
ahora!
Pero al abrir las
alas, la derecha se negó a
obedecerle. ¡El cuchillo de Banogón se la había destrozado! Con la fuerza del
fracasado salto inicial, Laktón dio una media vuelta. Tuvo que hacer un
violento esfuerzo para no caer en tierra y, enseguida, hacer frente a su
adversario que, sorprendido con aquel, para él, inexplicable movimiento, se
había abstenido de lanzarse al ataque.
La bóveda de nipa
retumbó con el estallido de un segundo grito. La canalla vio que el ala derecha
de Laktón colgaba inerte. Banogón comprendió que su victoria estaba próxima,
pero no pensó en apresurar su llegada. Él sabía que, baldado como estaba,
Laktón podía aún oponer una magnífica defensa ya acaso, asestarle un golpe
peligroso si él se acercaba demasiado sin tomar precauciones. A su vez, él se
lanzó al aire, y Laktón, incapaz ahora de seguirle, casi se tendió en el suelo
con las patas encogidas y las alas abiertas. Así era inatacable y en posición
de agredir a quien se atreviese a hostilizarle desdel aire.
Banogón volvió al
ataque, y al encontrar a Laktón en la misma posición, sin darle tiempo a
ponerse en guardia, lanzó sobre él, apenas puso la pata en el suelo, una
andanada de golpes, hiriéndole bárbaramente espaldas y costillares. Fuera de sí,
en el frenesí de su furia homicida, Banogón sintió de pronto que una mano
vigorosa le había alzado en vilo por las cobijas y, a continuación, otras
manos, más blandas y hospitalarias, lo habían cogido y depositado enseguida a
un lado del ruedo, mientras una tempestad de gritos hendía e aíre
ensordeciéndole. ¡Había triunfado! su adversario yacía allí, a pocos metros de
él, sin vida, sobre un charco de sangre.
Antonio M. Abad
El Campeón
1939
Antonio M. Abad
El Campeón
1939