El mes
pasado, Hiroo Onoda, un teniente japonés que luchó en la Segunda Guerra Mundial
y no se rindió hasta 1974, falleció en Tokio a la edad de 91 años. Estuvo más
de treinta años en la selva filipina y luchó una guerra imaginada. Hasta
treinta civiles, la mayoría campesinos, fueron asesinados. El ex presidente Marcos lo perdonó,
pero un sentimiento de enojo permaneció en la isla de Lubang, donde Onoda combatió
como guerrillero.
Onoda le entregó a presidente Marcos su espada samurái. |
Muchos
asiáticos, especialmente los chinos y los coreanos, todavía guardan un profundo
rencor hacia los japoneses por las atrocidades y crueldades cometidas durante
su dominio.
Hay que
señalar que los miembros de la oligarquía filipina recibieron el mismo mal
trato que los demás ciudadanos filipinos. Sin embargo, había colaboradores de
las fuerzas enemigas como José P. Laurel, Manuel Roxas, e incluso el cónsul
español en Manila, José Castaño.
Cuando las autoridades niponas le pidieron nombres, el cónsul Castaño, miembro de la Falange Exterior, hizo una lista de “españoles comunistas”, la cual incluyó tales escritores hispano-filipinos Rafael Antón y Benigno del Río. Al parecer, ellos escribieron algunos artículos en los periódicos locales contra la dictadura española de Francisco Franco.
Don Benigno del Río y Don Jacobo Zobel. |
Cuando las autoridades niponas le pidieron nombres, el cónsul Castaño, miembro de la Falange Exterior, hizo una lista de “españoles comunistas”, la cual incluyó tales escritores hispano-filipinos Rafael Antón y Benigno del Río. Al parecer, ellos escribieron algunos artículos en los periódicos locales contra la dictadura española de Francisco Franco.
En su
libro Siete Días en el Infierno, publicado en 1950, Del Río denunció la crueldad con la cual filipinos cautivos
son torturado bajo la custodia de la Kempeitai, la temible policía imperial. Y a los filipinos les pidió que no
debieran olvidar las victimas de
la guerra:
“No os
olvidéis de los que cayeron durante la noche”, como diría Rizal. No olvidarlos,
como tampoco debemos perder el recuerdo de millones más de víctimas asesinadas
en el mundo entero por el enemigo de la humanidad, el fascismo.
Benigno
del Río es hijo de ricos hacendados españoles en Filipinas. En 1936 ganó el
Premio Zobel con su comedia El hijo de
Madame Butterfly.
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Repito que estuve
siete días en la región de
Satanás, siete horrorosos días de suplicio moral y material. Las torturas que
recibí no destrozaron tan sólo mi cuerpo, sino también mi alma. ¡Jamás
sospechar que el hombre fuera tan malo para con el hombre! Ahora comprendía con
claridad al formidable Santo de Asís. ¡San Francisco no se atrevió a llamar
hermano al hombre, y sí más bien al lobo! Pero… reflexionemos un poco: ¿es que
son hombres los nipones? ¡No, sigo creyendo que no! Son alevosas fieras. Y con
lo que un mes después hicieron con Manila, destruyéndola y asesinando vilmente
a sus habitantes, acabé por convencerme de que es imposible que esos
energúmenos sean hermanos nuestros, descendientes de Adán y Eva, y tengan alma.
Tampoco eran seres humanos
los que me denunciaron. ¡No! Fascistas hispanos y nipones en sádica coyunda
eran eso: bestias sin alma, engendros malditos…
Cinco minutos más
tarde llegaba a casa de mi novia, quien yo sabía que aquella tarde iba yo a
salir libre. Después de beber con fruición sendos vasos de agua, y charlar un
poco, tomé un triciclo y llegué a casa. ¡Qué alegría para mis viejecitos padres
y para mi también al verlos tan contentos! Fue aquél el momento más feliz y
emocionante de toda mi vida. Ya me esperaban, con el corazón alborozado, pues
de antemano sabían que aquella tarde misma saldría de las garras niponas.
Me bañe concienzudamente,
pues hacia ocho días que mi cuerpo no gustaba más agua que el terrible water cure, y la poca, sucia y asquerosa
que bebía. Después conté a mis
mayores los días de infierno que pasé; lo hice mientras cenaba. Mejor dicho, apenas cené, pues me era casi
imposible probar bocado; la emoción y la atonía intestinal me lo impidieron.
Tomé una buena purga, y cuando
creí al acostarme que pasaría una
buena noche, me equivoqué de medio a medio; ¡No pude dormir, pues me parecía
demasiado blanda mi caza¡ Durante siete largas noches había maldescansado mi
osamente en el duro pavimento, y tenía herido, lacerado todo el cuerpo. y tampoco me era dable conciliar el
sueño, pues en cuanto caía en brazos de Morfeo despertaba intranquilo y sobre
saltado, pareciéndome oír muy dentro de mí mismo, como un eco espectral y
espeluznante, los gritos de mi paisa, unidos en horroroso concierto a los de
las mujeres y hombres que había tendio por compañeros de celda en el “Minami Kempei
Butai”:
— I won’t talk…! I won’t talk!
— Aray, nanay ko! Nakúuu…Patawarin po ninyo
ako…!
— Soy
inocente, Virgen Santísima…!
El día 5 de enero volví a
Cortabiarte con el pantalón que me habían prestado cuando salí. Llevaba,
además, un ejemplar del Sabatino de la
Vanguardia. Me recibió, muy amable, el Teniente Nakano y su inseparable
intérprete Nakashima. Les devoví el pantalón y les di las gracias.
— No
era necesario, Mr. del Río.
— Se lo
prometí al Teniente — repuse yo —. Además, prometí también traer una prueba
palpable de que no soy comunista. Ahí va un cuento que escribí finalizando el
año 1940 y que se publicó en La Vanguardia el 11 de enero de 1941 titulado “Un
ladrón con ideas”.
Lo tomó el Teniente Nakano
y se lo entregó a un Capitán de marina que había a su lado, y que tenía una
cara que le hacía la competencia al famoso gorila cinematográfico King Kong. Yo
me senté mientras el marino nipón leía mi cuento. Tardó media horita en
hacerlo; habló después con el Teniente Nakano, y ambos pusiéronse a mirarme y a
reír. Se levantó el capitán King Kong, sonriente, y me manifestó en castizo
español:
— Me ha
gustado mucho su cuento. Hacía algunos años que no leía en castellano. Desde
que dejé Chile en 1938, no he tenido apenas oportunidad de conversar o leer en
el elegante de idioma de Cervantes.
—
Gracias, Capitán…
— Nishi
Tekuchi, de la Marina de Su Majestad Imperial. Sí, señor del Río. Me acaba de
decir el Teniente Nakano que el señor Cónsul de España insistió mucho en
acusarle de ser el jefe de los comunistas españoles. Las razones que Ud. dio en
la investigación fueron bastante convincentes, y este cuento, fuera de toda
duda racional, pruebas sus ideas. Realmente, era bastante extraño que el hijo
de un hombre rico fuera comunista. Me dice el Teniente Nakano que olvide Ud.
Lo que aquí ha visto, y las investigaciones de que ha sido objeto. Ud. ha de comprender que estamos en guerra,
y que la guerra siempre ha sido la guerra, es decir, sumamente cruel, bárbara.
— Bien.
Su cuento quedará en los archivos de la Policía Militar para que sirva de
futura referencia, y será añadido a su fichero.
Unos minutos después dejaba
a mis espaldas la “Estación del Sur de la Policía Militar”. Pasé enfermo cerca
de un mes. Perdí 20 libras en mi prisión. ¡Diecisiete días sin mover el
vientre! Tuve que tomar muchas purgas y medicinas. Principios de pelagra y
avitaminosis. Piojos en el pelo. Cuatro meses con ring worm. Ocho con colores en una costilla que me rompieron a
patadas. Y marcas indelebles en mi cuerpo, que no han de borrarse mientras
viva, y en el alma también. Quince días sin dormir, pues cada vez que lo hacía,
despertaba ante la pesadilla horrorosa de que me hallaba en la celda N.o
2 de la Villa Araneta, el siniestro y tenebroso “Manimi Kempei Butai”.
Benigno del Río
Manila, 1945