A
primera vista la isla de Culion parece ser uno de los lugares más solitarios de
las Filipinas. La isla es parte de un pequeño grupo de islas denominadas “Las
Islas Calamianes” . Este archipiélago ubicado al norte de Palawan tiene una
gran diversidad que lo hace único, con ecosistemas naturales, una fauna rica,
playas con arenas blancas y aguas cristalinas.
Pero a
pesar de su belleza intacta, Culion no es un destino popular entre los turistas
locales, y el lugar sigue luchando todavía para dejar atrás su estigma de "la
mayor leprosería del mundo".
En
1906, para evitar la propagación de Lepra, el gobierno colonial norteamericano aprobó
el plan de segregar todos los leprosos de las Islas Filipinas en una Colonia
Leprosa, similar a la de Molokai en Hawaii. Los enfermos de Lepra fueron detenidos
y desterrados a Culion para que pasaran allí el resto de sus vidas.
Culion era
considerada un sanitario, bajo la administración del Bureau de Sanidad, y la
isla quedó dividida en dos zonas, de «leprosos» y «sanos», separadas por
puestos de control. Se pusieron en marcha medidas sanitarias como la desinfección de
las cartas, y el uso de la moneda
especial para evitar la mezcla con la de circulación en el resto de Filipinas. El
resultado fue el aislamiento total de los leprosos.
El aislamiento total de Culion. |
Culión
fue declarada libre de lepra en 1988, pero algunos de los leprosos más ancianos
no fueron reclamados por sus familias y se les permitió quedarse en la isla. El
estigma es tal que muchos
habitantes de Culion quieren ocultar su procedencia cuando visitan otras
provincias para eludir la discriminación social.
Esta
obra cuenta la historia trágica de dos amantes separados por las autoridades de
salud. El escritor cebuano Buenaventura Rodriguez es el ganador del Premio
Zobel en 1924 por su novela « La
Pugna» . Fue elegido gobernador de
Cebú en 1937. Su obra de teatro «La Adjusta Leja de la Vaguada» fue
llevada al cine en 1940.
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¡Pobre niña… Esta noche, sus ojos humedecidos por las lágrimas, al buscar la vivienda miserable del amado, tuvieron fulgores agónicos de una vela que se apaga…
Juaning ya la
esperaba.
Por fin llegó y …
— ¡Nelia!...
— ¡Juaning!...
Y los dos se juntaron
en un a brazo doloroso…
El hubiera sido
guapo; pero ¡ay! la enfermedad maldita le desfiguró la cara. Aquel rostro
estaba rojo por la lepra…
Hablaron mucho rato;
hablaron de la partida de él al día siguiente, en que á bordo de un barco iba á
ser llevado á Culion.
Ella lloraba con el dolor
de desesperación, con el llanto que brota de las almas que se separan para
siempre… ¡para siempre!
— Marcharé tranquilo hacia
el vapor mañana — dijo él con una sonrisa que enfloró sus labios tristes — en
la confianza de que, al dolor de no verte más no se mezclará el dolor de los
celos. Los cadáveres no saben de esa pasión. Mañana cuando lejos…
— Sí, tírate al mar — contestó
ella — pero no tires para morir, como quizás habrás pensado. Tírate para ganar
á nado la playa.
La idea fue luminosa y él
la acogió con entusiasmo…
Si, se tiraría al mar; pero
no para morir, como antes pensó, si no para volver nadando á la playa… ¿Porqué
no?... El nadaba bien… Ella le esperaría allí, y una vez juntos huirían lejos,
se refugiarían en lo sombrío del bosque, y allí estarían, apartados de la
sociedad y de aquellos hombres que le despreciaban …
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Era la hora del embarque
de los leprosos: la hora fatal y solemne de las despedidas en que cada beso es
un pedazo de corazón que se desprende del pecho, y cada pedazo de ese corazón
guarda el más terrible de los dramas; el drama que se desarrolla en el ama…
¡ Que triste es el vivir
del leproso! ¿Quién no se ha estremecido de compasión al oír la relación del
aislamiento en que se ve un leproso? La lepra tiene la más dolorosa de las
maldiciones; la maldición del contagio; de ese contagio que forma alrededor del
enfermo un vacío, sólo comparable con el vacío que rodea á un cadáver en una
tumba olvidada…
El hombre se aleja del criminal
porque su amistad le avergüenza; se aleja del muerto por miedo; pero sólo por
asco se aleja del leproso.
Y la multitud pestilente,
seguía presenciando el desfile de los leprosos que se embarcaban…
Juaning, estaba entre los
infelices que iban á ser desterrados para siempre. Entro tranquilo en le vapor;
entró con esa tranquilidad que precede á los grandes cataclismos…
El vapor, por fin, lanzó al
aire el ruido ensordecedor de su silbato, y al trepidar de la máquina, empezó a
moverse…
Hubiérase dicho un
monstruo que se despertaba de un sueño pesado.
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En brazos de la noche, la
mar se revolvía nerviosa… Las olas, persiguiéndose, rebrincaban con fantásticos
cabrioleos de una danza macabra…
Y en el cielo como una
invasión de espectros, las nubes se estiraban vertiginosamente…
Nelia vagaba por la playa
esperando ver llegar nadando al amado.
Estaba hermosa Nelia. Como
si fuera á asistir á la hora solemne de sus nupcias, se había ataviado
extraordinariamente.
Las olas seguían
mascullando la rapsodia fúnebre de sus murmurios, acariciando mansamente las
arenas de la playa.
Nelia sondeó la oscuridad
con la vista; trató de columbrar el objeto deseado en el fendo misterioso de la
inmensidad de los mares.. pero nada vio.
Y aquella virgen dulce que
parecía haber nacido para heroína de un en sueño, tuvo agonías de desengaño,
sintió que le dolía el alas y dos lágrimas quemantes, amargas rodaron por la
seda de sus mejillas…
Se siento triste, cansada,
en la arena y con la mejilla apoyada en sus manitas comenzó á llorar por la
ausencia de su amado que el destino le había arrebatado.
De pronto, vio que el oleaje
jugueteaba con un bulto; vio que el bulto se acercaba á la playa y un grito de
alegría se escapó inquieto de su pecho; un grito que fue resonando en lo
infinito de las aguas que seguían llegando agonizantes.
Nelia reconoció á Juaning…
Sí, el amado llegaba trasportado por las olas que rodantes y espumosas , se
acercaban estallando en sudarios de espuma en las arenas de la playa…
Nelia, toda gozosa, corrió
a la orilla para esperar al ser querido.
La oscuridad se hizo densa.
la noche se hizo negra, terriblemente negra en aquel instante.
Detrás de Nelia, el caserío
de los leprosos seguía inmóvil, con algo de apoclíptico en su inmovilidad.
Seguía, seguía abandonado como un sepulcro vació…
Envuelto en las ondas
negras llegó pesadamente el cuerpo de Juaning que Nelia su apresuró á estrechar
entre sus brazos y cubrir de besos…
—¡Juaning!... ¡Habla!... ¡Estoy aquí!...
Silencio; las palabras de
Nelia vagaban dolorosas en la oquedad del espacio…
—¡Qué fríos están tus
labios querido mío! — siguió diciendo la joven. —¿Te has cansado? ¿Qué tienes?...
¡Juaning!... ¡Oh!...
Lanzó un grito horroroso; y
entre al rezo misterioso del murmullo polifónico, que del fondo del oleaje
dijérase que surgió en aquel instante como miserere agónico, el cuerpo de
Nelia, cayó pesadamente al suelo.
Acababa de darse cuenta de
que aquel cuerpo que ella acariciaba, era el de un cadáver… Las olas habían sin piedad aquel ser por
ella tan idolatrado.
Buenaventura
Rodriguez
Renacimiento
Filipino, Manila