Sunday, January 3, 2016

¿Inglés o Castellano? (1916)




Hace cien años, en enero de 1916, se publicó la revista “The Philippine Review” . El primer número discutió la cuestión de la lengua — ¿inglés o castellano? En su artículo Nuestro Saludo al Mundo podemos vislumbrar los deseos de los editores cuando el país cambió durante las dos primeras décadas del dominio norteamericano:

A América
    En América saludamos al Pueblo amigo, en el que tenemos puesta nuestra esperanza.
    Confiamos en su firme apoyo  a la causa de la humanidad.
    Confiamos en que estará siempre al lado de Filipinas.

A España
    Hidalga Nación, te saludamos.
    Filipinas, que, hasta tan sólo dos décadas escasa, formaba parte de tu reino como provincia propia, como hermana, hermana tuya verdadera, conserva de ti gratísimos recuerdos.
    Tu idioma – nuestra más preciada herencia – perdura aquí. En él seguimos formulando nuestra fe. Con él aún se expansionan nuestras almas y cortejan nuestros corazones.

La lengua española no perdura. 
Qué equivocados que estaban. 

Fue el principio del fin del castellano en nuestro país, porque posteriores estudiantes no pudieron hablarlo. Había ya dos millones angloparlantes  solamente 15 años después de la enseñanza del inglés en las escuelas públicas.  En mi opinión se había pasado el Rubicón,  cuando todas las escuelas tradicionales de castellano — como Ateneo y Santo Tomas — utilizaban el inglés como vehículo de instrucción en la educación primaria. Luego la enseñaza obligatoria del tagalo en los años cuarentas era el último clavo en el ataúd del español.


Sé que es algo mucho mas complicado, pero cualquiera que lo vea desde afuera, habría llegado a la misma conclusión:

Cuando el castellano dejó de ser enseñada en las escuelas primarias y secundarias, el idioma lentamente desapareció del uso general debido a que la nueva generación de los estudiantes no lo hablaba.


Cien años después de la publicación de la revista, este optimismo acerca  del “nuestra más preciada herencia” parece haber prácticamente desaparecido.


Tengo una copia del libro de texto “A History of the Philippines”,  publicado por el Ateneo de Manila en 1912. En esta década, libros escolares bilingües habían comenzado a reemplazar libros en español.


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    Un común idioma es el lazo fuerte que, entre los hombres, aun de diferentes razas, genera sentimientos de fraternidad y simpatía.
     De cabeza a cabeza, de corazón a corazón, es como ese lazo hace que sea posible una completa inteligencia o una perfecta solidaridad.
    Por algunos se ha venido, hasta hace poco, persiguiendo un ideal: la mutua comprensión entre todos los hombres mediante un lenguaje artificial común.
    Pero, como no tenía su fundamento en la realidad, el ideal no ha pasado de ser ideal.
    Y más valía así.
    Cada raza, cada pueblo debe tener, conservar y cultivar su propio idioma, como algo inalienable e indispensable para sus íntimas sensaciones inexpresables en extraño lenguaje.
    Pero esto no debe transcender a exclusivismo.
    Ello nos reduciría a un círculo de acción muy estrecho dentro del cual no podríamos subsistir.
    Solos no podríamos vivir, pues hay una interdependencia inquebrantable entre todos los pueblos del mundo, que obliga a una mutua inteligencia, por medio de las mutuas relaciones.
    Para esto nada mejor que su idioma, a falta de uno propio que ofrecerles por nuestra parte.
    Y esto importa a nuestro pueblo; nuestro lenguaje, dulcísimo, en verdad, como nuestro, por desgracia no se ha cultivado todavía lo suficiente para uso general en todo el País.
    Y no por culpa nuestra.
    Por esto nos vemos precisados a optar por el más extendido por todo el mundo y más familiar para nosotros.
    Por fortuna —no pequeña seguramente—en esto hemos pasado ya del período experimental, y ,al presente, poseemos dos idiomas: el inglés y el castellano.
    El primero, de apenas quince años de difusión, es nuestro lenguaje oficial, y el exclusivo, además, en nuestras escuelas públicas, y ya se emplea, aunque secundariamente, en nuestra prensa y se habla por tal vez unos dos millones de jóvenes filipinos de entre los cuales procederán los que han de regir mañana los destinos de la Nación; y el segundo, traído hace muy cerca de cuatro siglos, es, principalmente, el lenguaje de casi todos nuestros periódicos y revistas, y de los leaders de la presente generación, y se cultiva con más intensidad aún que ayer por nuestros hombres.
    Ya no es posible, ni siquiera conveniente, suprimir el uno o el otro, pues además de los muchísimos millones de pesos y energías del Pueblo ya gastados, ambos están ya tan arraigados, que parecen haber ganado carta de naturaleza en nuestro país.
    Así nos es fácil hoy comunicarnos con dos inmensos mundos: el mundo inglés y el mundo hispano, integrados, el primero por dos potentes naciones que suman unos ciento cincuenta millones de almas, con exclusión de la India; y el segundo por veintitrés  países de unos ciento quince millones de habitantes.
    Además, en el Oriente y en África se habla o se comprende el Inglés, y lo mismo pasa en toda Europa.
    Y ambos idiomas que cuentan ya con riquísima literatura que es ahora casi nuestra exclusiva fuente de información cultural, facilitarían, sin duda, la armónica inteligencia de tantos y tan cultos pueblos en una modo de confederación o de Pan Américo-Anglo-Hispanismo, si cabe, mediante una labor sincera, intensa y conjunta de los Poderes interesados.
    Inglaterra y Estados Unidos son afines en raza e idioma; la América del Norte, la América Central y Sur, hermanas por su suelo e intereses; Sur América, España, Cuba, Porto Rico y Filipinas, una mima integración por el antiguo molde latino de su alma y por su lenguaje. América y Filipinas están unidas también por razones del inglés y otras serias consideraciones. Tan poderosos motivos de relación y afinidad serían, como arriba he dicho, factores de una gran comunión internacional.
    En lo que nos sea posible, trabajaremos por y hacia esa finalidad que creemos hoy factible, mucho más cuando se reajuste la respectiva esfera de acción de las naciones, después de esta tremenda guerra en que se está demostrando el valor coadyuvativo, en determinadas circunstancias, aun de las más insignificantes potencias, y en que el apoyo de un pueblo pequeño es tan solicitado como el de una potencia de primera.
    ¡Tanto cuesta la reivindicación de derechos!
    ¡Siquiera sea eso un lenitivo para tanta sangre y desolación!
    Y es posible que la indicada inteligencia internacional por medio del idioma provoque la nueva división del mundo en dos, o quizás, tres inmensas, lógicas confederaciones, tal vez más o menos antagónicas; pero, antagónicas o no, abrigamos la creciente esperaza de que, en los grupos así formados, al fin habrán de desaparecer las líneas divisorias de raza bajo la poderosa y grata influencia de la democrática hermandad de los pueblos abrigados por el manto de la comunidad de causa e intereses.
    Los pueblos pequeños habrían sido, al fin, reconocidos y reivindicaos.
    Hermoso preludio de la no imposible solidaridad humana en una fecha no muy distante.
   Un siglo, dos siglos, ¿qué son, al fin, sino uno, dos días en la vida de las naciones?
   Por esto, a la pregunta de

                                             ¿INGLÉS O CASTELLANO?

contestamos, con convicción y confianza:

                                                     AMBOS.

    Y respetuosamente lo sometemos a los que, interesados en el fomento del bienestar de la humanidad, se sientan directa o indirectamente afectados, y de corazón dispuestos, no solo a discutir el mejor medio para ello, sino también a prestar su activo concurso.


Gregorio Nieva
The Philippine Review
enero de 1916

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