Wednesday, January 16, 2013

El Escándalo (1924)


Al finales del año pasado, el presidente firmó la ley para proveer fondos gubernamentales para anticonceptivos y educación sexual en las escuelas, a pesar de la fuerte oposición de la Iglesia Católica.


Más de 400 años de Catolicismo 
en Filipinas.
Dependiendo del punto de vista del lector, esto fue un hito en los derechos humanos,  principalmente la protección de los derechos de la mujer, o el comienzo del fin de la moralidad en nuestro país.

Pero no hay que olvidar que han sido necesarios más de 15 años  de debate para conseguir esta Ley de Salud Reproductiva. Durante ese periodo, ambas partes en el conflicto hicieron declaraciones controvertidas.

Pro-ley: «El crecimiento económico no favorecerá a los pobres hasta que haya una política de control de la natalidad en el país.»

Pro-vida: «La mentalidad anticonceptiva es la madre de una mentalidad abortista. La ley fue empacada para parecer un regalo al servicio de salud de las madres. No lo es. Conducirá a mayores crímenes contra las mujeres.»

La controversia no es algo nuevo para la Iglesia Católica.  Muchos artículos han sido escritos y publicados sobre los escándalos de la iglesia. Este cuento fue escrito por Angeles L. de Ayala en 1924. Desafortunadamente, nada se sabe acerca de su vida.


La fuerza del obispado es tal que Filipinas es el único país 
del mundo en el que el divorcio no es legal.

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     El Padre Alberto era un real mozo, a pesar de su sotana, y mas que un penitente había  mentalmente pecado al contemplar a su confesor cuando ocupaba el tribunal de la penitencia, preguntándose por que un hombre tan guapo habría sido cura, pudiendo haber vuelto loca a cualquiera muchacha casadera. Era arrogante, con ojos negros de mirada expresiva, en los que se notaba un algo picaresco. Cuando ocupaba su puesto en el confesonario, las muchachas le rodeaba a porfía, deseosas de recibir la absolución de aquellos labios hechos para derramar mieles en lugar de represiones entre sus penitentes.
     En cierta ocasión fue a confesarse una joven de dieciochos años, alta, rubia, de continente poético, de boca sonrosada de mirar suave e inocente, y de cándido conjunto, que el Padre Alberto examinó al soslayo, y que la joven pareció no advertirlo.
    Desde entonces, todos los lunes, a la hora de abrir el tribuna de la penitencia, cualquier observador hubiera visto arrodillada en él una joven que con muestras de grande unción esperaba le llegara el turno, y cuando esto ocurría, el cura, que había estado pálido y nervioso; adquiría un fuerte color de rosa, y daba principio la confesión , que debía ser prolija a juzgar por el tiempo en ella invertido y por la agitación producida en el uno y en la otra.
     Más, como todo tiene fin en el mundo, las confesadas del padre Alberto, no contestas con el papel de comparsas en aquella función, comenzaron a murmurar de tales confesiones, ya por envidia, ya por malevolencia, sujetando al más escrupuloso examen al confesor, antes y después del acto a que se consagraba.
     Pero oigamos lo que hablan dos de las confesadas, ni jóvenes ni hermosas, pero sobradas de intención y picardía.

— Hoy, señora Flaviana, deben habérsele pegado las sábanas al Padre Alberto, porque son las seis y media de la mañana y todavía no se ha presentado por aquí.
— El Padre Alberto es muy joven, y a veces debe acostarse con la cabeza demasiado caliente de tantas confesiones, y tal vez…
— Y sobre todo si las penitentas son rubitas y lindas, Señor, perdonadme, que ya estoy pecando sin querer.
— La carne es flaca y nuestra resistencia tan débil. Pero ahí está el teniente cura. Sin duda que nos traerá noticias del Padre Alberto.
—Jesús, María y José ¿Será verdad?
—¿El qué? ¿El qué?
—Que el Padre Alberto está muy mal herido. Ha volcado un automóvil en que iba, y el buen Padre se ha dislocado un pie y se ha roto el brazo derecho. También se asegura que una joven… Pero no debe ser verdad.
—¿Qué le ha pasada a esa joven?
— Que también está muy mal herida.
— Alguna hija de confesión.
— Una rubia muy bonita.
— ¡Ah!

Angeles L. De Ayala
The Independent Manila
12 de abril de 1924

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