Monday, October 12, 2015

La Maestra de Mi Pueblo




Heneral Luna” se convirtió en la película local más exitosa de la historia de los cines en  Filipinas. Esta narra la historia trágica del jefe del ejército filipino durante la guerra filipina-norteamericana. La película intenta inculcar el patriotismo y  lleva el inequívoco mensaje que nosotros mismos somos nuestros peores enemigos.

Luna vio bien claro la amenaza que acechaba los cerebros de los políticos filipinos. Él odiaba a los colaboradores norteamericanos con pasión y prefería a verlos a todos ahogados en el mar del Sur de China. Era irascible e impetuoso, orgulloso y patriótico, y se ganó inmediatamente la enemistad de muchas personas.

Sin duda eran filipinos que habían vendido sus almas a Satanás para eliminar toda forma de oposición y perpetuarse en el poder. Luna fue asesinado el 5 de junio de 1899 por los soldados del presidente Aguinaldo.


Antes de ser general, Antonio Luna había sido farmacéutico y escritor.  Colaboraba con el periódico La Solidaridad y fundó el periódico revolucionario La Independencia en 1898.  Su cuento corto La Maestra de Mi Pueblo apareció en Manila en 1927 como publicación del periódico The Independent.


Parece que nunca aprendemos las lecciones del pasado. 
Los intereses nacionales deben prevalecer sobre 
las estrechas ambiciones personales. 

–––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––

Más toda la amistad entre el cura y la maestra, no era sino aparente, ficticia. Fray Pedro (y con decir ‘fray’ está dicho que él era el cacique, el rey absoluto del pueblo), no podía tolerar que Jacinta fuera una maestra, cual debieran serlo todas. Solícita el desempeño de su cargo, amante de todo lo que era progreso, propagandista del castellano y de la instrucción, religiosa sin ser fanática, admitiendo en sus ideales todo aquello que contribuyera al adelanto moral y material del país.

—La maestra Jacinta —solía exclamar fray Pedro —es una enemiga de España; enseña la doctrina en español de los libros de Pardo Bazán, de Velarde, de Pérez Galdós y otros seres malignos, abortos del demonio y del infierno. Esas jóvenes no necesitan gramáticas, de geografías, de historias, de retóricas, de aritméticas, de urbanidades, de lenguas vivas, para criar hijos para el cielo. El día de mañana que sean madres de familia, con que sepan rezar les basta y sobra.

—Pero, padre—decía la maestra, —porque el hijo saca más de la madre que del padre, por el cariño entrañable entre ellos, por esa proximidad que se establece siempre, sino educara a estas jóvenes, que mañana serán maestras de la educación de sus niños, sería culpable, tendría un vacío doloroso en la conciencia. Las madres educan a los hijos; éstos formarán mañana el pueblo, y de la instrucción de aquellas, pudiera tan solo brotar un país instruido, civilizado. Vea usted, puse cuanta responsabilidad recae sobre mi, al encargarme de la educación de estas señoritas. Además, procuro darlas los conocimientos puramente necesarios para una mujer que formara mañana parte de la sociedad. ¿Qué se dirá de una señorita que no supiera redactar una carta? ¿Qué de una esposa que ignorase los cálculos más sencillos de la economía domestica? ¿No se reirían  si una joven dijera en sociedad que España es Europa, o que Madrid es puerto de mar? ¿Qué Legaspi hizo la guerra a los ingleses, o que Magallanes pereció traidoramente asesinado? ¿No sería vergonzoso que estas jóvenes, ignorando los principios de la buena educación respondieran a una galantería como esta: “tiene usted, señorita, tan buen corazón como carácter,” con estas frases; descarado, atrevido, hereje? Cuando sean amas de sus casas respectivas tendrán que recibir, y por eso les acostumbro al trato de sociedad. Mañana, puede ser, viajarán por Europa, y el estudio del francés, del inglés o el Alemán será necesario. No soy aficionada porque borden mucho, ni hagan flores, ni labores crochet, seda o felpilla; todos estos trabajos son inútiles, no tienen aplicación, mejor es que sepan cortar camisas, que conozcan el arte culinario, que aprendan, las que tenga disposiciones, la música y a la pintura, porque el cultivo de las artes cultiva el sentimiento y embellece el alma.

—No seas majadera, Jacinta, todas esas cosas son diabluras de este siglo. Que aprenda a rezar y que se dejen de tonterías.  Sabiendo esas cosas no llegara al cielo.

—Pero, padre, sin haber cultivado el espíritu, sin procurar ser útil a sus semejantes viviendo vida de animales, creo que no tendrán abiertas las puertas del paraíso. Yo quiero que mis discípulas sean cristianas fervientes, porque sin el cristianismo no puede existir la moralidad en la familia; pero no se mi deseo hacerla fanáticas, porque del fanatismo a la presión no hay mas un paso.

—Por Dios, Jacinta, no blasfemes. Abandona esas ideas sugeridas por el demonio. Yo te lo mando, Dios te lo exige por mi boca, y si conoces “Si Tandang Basiong Macunat,” escrito por un sabio y un santo, allí está sintetizada la educaión de vuestro pueblo: el indio al la do del carabao y del arado; fuera de ellos se hace enemigo de Dios y de España. No olvides esta máxima de un santo.

Antonio Luna
The Independent, Manila
15 de enero de1927


Personal del periódico La Independencia.