Friday, January 23, 2015

Bienaventurados Los Humildes (1941)



El Papa Francisco vino con la lluvia y los vientos del tifón Amang , usando un poncho plástico amarillo, similar al que usan cientos de miles de los fieles católicos en Tacloban. Aquí hay demasiada tristeza y no bastante esperanza. A pesar de eso, los sobrevivientes hacen mejor con lo que tienen.

Lo que más recuerdo es su homilía. A veces trato de imaginarme  lo que sentía  él mientras conversaba con todas las víctimas del supertifón Yolanda. ¿Cómo consolar a alguien que está en el dolor?  Una persona que se sintió como si le hubieran arrancado el corazón del pecho.

—Tantos de ustedes se han preguntado mirando a Cristo '¿por qué, Señor?' — exclamó el Papa, — y yo respeto tus sentimientos.

—Tantos de ustedes han perdido todo. Yo no sé qué decirles. El Señor sabe qué decirles. Tantos de ustedes han perdido parte de la familia. Solamente guardo silencio. Los acompaño con mi corazón en silencio.

Fue un mensaje de solidaridad, llena de emociones. La gente lloraba. Todo esto les invadía como un baguio fuerte con un tsunami inesperado.

Nos aseguró que no estamos solos y el Señor no defrauda. Yo le creo. Esta es la primera vez  durante una misa que lloré así.

Bienaventurados los pobres y humildes de corazón.

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El título lo dice todo. Este cuento de Jesus Balmori se trata de dos árboles en la selva — el verde pino altivo y el negro kamagón humilde.



Mi video del Papa Francisco en Tacloban, Filipinas
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     Toda la selva ardía con un calor de fragua, de infierno, a pesar de haberse ocultado el sol y yacer el boscaje envuelto en densísimas sombras y tinieblas.

    De vez en vez, el fulgor de un relámpago sacudía las nubes como un latigazo. Y después de un instante tableteaba el trueno lejano y ronco…

    Habían huído a refugiarse en no importaba dónde las bellas aves de la primavera. Las grandes flores rojas, amarillas, blancas se tronchaban marchitas sobre sus tallos inclinados. Un raudo viento cortante y cálido como el vaho de un cráter lo alfombraba todo de pétalos y hojas destrozadas.

    El verde pino, trémulo y temeroso, hablo:
    —Abuelo kamagón, ¿no sentís miedo?
    El kamagón sonreía: ¿Miedo a qué, de qué?
    —A la tempestad que llega…
    El kamagon seguía sonriendo:
   —¡Bah!... Amigo mío; no todo ha de ser encanto y luz y flores y besos… En la vida más feliz hay muchos días de tempestad como éste; yo he visto muchísimos, tantos que hoy ya lo mismo se me da que alumbre el bosque el fuego de los rayos como la dulce y blanca luz de la luna llena… Además, que la tempestad pasa, como pasa todo, la juventud, el amor, la misma gloria…
    —Sí, pero la tormenta vuelve…
    —Y ¿quién os dice que no vuelven la juventud, la gloria y el amor?
    El aire iba entenebreciéndose más; los relámpagos eran cada vez más vivos y continuos; el trueno retumbaba cerca; y algunas gotas de lluvia grades y pesadas caían indistintamente, alzando un rumor de latigazos.
    En la selva alborotada se oía el silbar de los reptiles, el grito de los kalaws, las quejas del los árboles heridos. Un fuerte ventarrón se alzaba arrollándolo todo ante su paso, tirando nidos y desgarrando ramas… De pronto una roja llamarada incendió y seguido de un estrépito infernal que conmovío la tierra en sus entrañas, cayó el primer rayo enrocándose como una culebra de restallantes brasas al hermoso y altivo ilang-ilang que se dobló pesadamente hecho pedazos.
    Pasado el estruendo desolador, el kamagón  miró al pino con lástima. Se había despojado de toda su altivez, de todo su necio orgullo y aparecía acuciado y tembloroso, víctima del pavor que le corroía hasta la savia de las más hondas raíces. Cubierto por sus gentiles ramas que azotaba despiadada la lluvia, parecía llorar todas las gotas de agua que le volaban por las hojas; el kamagón compadecido, le habló entonces, por sobre la voz tremulante de los desatados elementos.
    —No tembléis, no lloréis, esto pasará…
    —¡Oh, abuelo, tengo miedo de morir!
   —Ni moriréis. Sois joven todavía; pero si está escrito que dejéis de existir hoy, eso, ¿qué más os da?... Tarde o temprano tendrá que ser; todos vamos por el mismo camino; es cuestión solamente de unos años más o menos…
    El retumbo de otro tueno ahogó su voz; otra llamarada infernal los cegó; y ambos escucharon cómo a sus mismas espaldas de derrumbaba secamente otro pobre ilang-ilang herido por el rayo…
   El pino más espantado todavía se alzó en un grito de protesta desesperada.
   No, no él no quería, no podía, no debía morir, y morir así, partido por un rayo. Era joven aún y apenas había gozado de las dulzuras divinas del abril. ¿A qué arrancarle por la negara hedionda parca de sus noches de plata olorosas a flores y luna, de sus días de oro poblados de las alas y de rosadas auroras?...
    Calló de pronto, estremecido, agitado por un horrible estertor, doblando la copa ideal que un rayo ahora veteaba con su azul y roja y verde y amarilla fosforescencia, como un largo collar de turquesas y rubís y esmeraldas y zafiros colgante por su muerto tronco; el pobre pino era un sueño más que caía, un inmenso sueño de grandeza perdido en la grandeza universal!...

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    Pasado un año, en otra luminosa mañana de abril, algunos leñadores invadieron la selva.
    Y entre los troncos y las ramas frescas de los árboles que derribaron a bolazos y a hachazos se llevaron consigo los resecos despojos del verde pino y el negro kamagón.
    Y sucedió que mientras la gente del pueblo necesitaba leña, el cura del pueblo necesitaba una gran cruz para su culto. Y así fue que se quedara con el tronco del viejo kamagón para ponerlo en manos de un hábil escultor.
    Y en una misma noche, mientras deshecho en mil rajas se hacía  ceniza el pino en los rústicos caseros galanes de la comarca, el kamagón convertido en cruz divina y dorada se alzaba sobre el trino santo y humilde de los rezos.
    Allá estaba humilde, negro, amoroso, sirviendo de sostén a un Dios que sobre él agonizaba y moría de amor…
   En tanto el cura sobre el púlpito comenzaba a hablar y sus palabras se iban abriendo sobre el alma sencilla de la multitud  como estrellas, como nardos.
    —“Bienaventurados los humildes”…

Jesús Balmori
Manila (Mayo de 1941)

English Translation

Kamagong (Tagalo), Camagón (Español), Velvet Apple (Inglés)


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